Archivo | May, 2014

ENSAYO SOBRE EL ASCO Nº2

20 May

– Próxima estación, Vodafone Sol.

Me esfuerzo en abrir los párpados y en mirar alrededor para intentar comprender qué está pasando pero una luz blanca, artificial, me ciega. Oigo golpes rítmicos, secos, metálicos; con cada uno de ellos el lugar en el que me encentro se bambolea de lado a lado. Creo que lo he vuelto a hacer, me he vuelto a quedar dormido antes de llegar a casa. Bueno, al menos esta vez no es en el banco de un parque sino en un vagón de metro, estoy más seguro aquí. Trato de recordar cómo he llegado hasta esta situación pero no hay manera. No tengo recuerdos próximos que me relacionen con este lugar. Lo que está claro es que estoy borracho y mis amigos no están conmigo.

Poco a poco, las pupilas se van acostumbrando a la luz y veo que el vagón, que cada vez se mueve más bruscamente, está lleno de pasajeros. No puedo fijar la vista en ninguno de ellos porque me mareo con tanto traqueteo y tanto alcohol en sangre. ¡Mierda! No lo voy a conseguir, no voy a aguantar hasta la próxima parada. La cabeza me pesa tanto que no puedo aguantarla erguida, se mueve de arriba a bajo y de derecha a izquierda sin control. Voy a joderles el viaje a los del vagón. Aprieto los dientes y trato de concentrarme para que no pase lo inevitable, pero lo inevitable siempre pasa si uno cree que es inevitable. La saliva se vuelve amarga y entonces sé que no quedan más que unos poco segundos para que vomite. Me agarro al pasamanos del asiento con las pocas fuerzas que me quedan y me inclino sobre él. El estómago, el esófago y la garganta se contraen brutalmente; abro la boca todo lo que mis mandíbulas dan de sí pero no sale nada. Un momento de descanso; el cuerpo se relaja, respira, a la espera de la siguiente arcada, que llega de inmediato. Ahora sí. La mayor parte de un líquido transparente, viscoso, se desparrama por el suelo; la otra parte, aún me cuelga en la boca. Llega una nueva contracción aún más dolorosa que la anterior que hace que expulse una cantidad inmensa del mismo líquido. Me duele todo, noto las venas del cuello a punto de estallar, los pulmones disminuidos y un cosquilleo invade mis manos y mis pies. Una última arcada en la que ya no sale nada y por fin los músculos se destensan. Escupo los restos que me quedan en la boca y busco en los bolsillos un clínex que no tengo. Me limpio con la mano las babas y los mocos que siguen pegados a mi cara y los tiro al suelo. La mano la limpio en el pantalón a falta de algo mejor.

Me recuesto de nuevo en el asiento, me encuentro mejor, aliviado físicamente, las fuerzas y la claridad mental van regresando. Mi problema ahora es salir de aquí lo antes posible, dejar en paz de una vez a la gente que viaja en el vagón, pero las paradas no llegan, el tren no se detiene.

En los asientos de enfrente están sentadas dos chicas jóvenes que se besan y se acarician con ternura. A su lado hay un gordo en chándal azul con gesto pervertido que no les quita la vista de encima. A ninguno de ellos parce importarles la pota que recorre de punta a punta el suelo del vagón. Las chicas son guapas aunque aparentan ser muy jóvenes, dieciséis o diecisiete años. Un poco pronto para tenerlo tan claro y tan público. Una de ellas es rubia y lleva una minifalda verde tan corta que se le ven las bragas rosas. La otra es bastante más mayor de lo que en principio me había parecido, ronda la treintena. Tiene el pelo corto, castaño, muy bonito. Me recuerda a la hermana de una de mis exnovias… ¡Pero si es ella! ¡Y se está liando con una chica! Interesante. ¿Lo habrá dejado con el novio? Qué más da, están muy buenas. ¿Aceptarán a un tercero? La de más edad baja la mano hasta meterla dentro de las bragas rosas de la rubia, ésta tensa el cuello y levanta la cabeza suspirando de placer. ¡Joder, cómo se está poniendo la cosa de buena! En ese momento me doy cuenta de que tengo la polla dura y que me la estoy agarrando fuertemente con la mano derecha por fuera del vaquero. Me pregunto si querrán un poco estas chicas.

El gordo de gesto pervertido se ha metido la mano dentro del pantalón y se la está cascando, con la otra mano le toca una teta a la rubia. ¡Joder, qué cabrón! ¡Qué pinta de cerdo! ¿Tendré yo esa misma pinta también? Bueno, en cualquier caso le daría una buena paliza. Me miro la mano con la que me agarro la polla y veo que lo que ahora aprieto entre los dedos es un enorme revolver plateado que destella. Mi polla se ha transformado en un arma de fuego gigante. Da qué pensar. La pistola pesa mucho así que si no tiene balas le atizaré con ella en la cabeza al gordo. Todo lo que conozco sobre revólveres lo he aprendido en el cine, no sé si sabré disparar. Apunto al pervertido a la cabeza y con el pulgar trato de llevar hacia atrás la clavija, que creo que se llama martillo, pero está muy duro y no lo consigo. Bajo el revolver y me ayudo con ambas manos para lograrlo. Vuelvo a apuntar al gordo, que sigue sin percatarse de que va a morir, y le disparo en toda la cara. Le explota la cabeza como si hubiese sido dinamitada. ¡Mierda! Hay sangre, cachos de cerebro y de cráneo por todas las paredes del vagón. Del cuello del gordo sin cabeza sale un chorro de sangre a presión, como un surtidor, que se mezcla en el suelo con mi vómito. Las chicas están empapadas en sangre pero siguen a lo suyo… ¡Y el gordo también! Sigue pajeándose y metiéndole mano a la rubia como si nada. Me levanto de mi asiento indignado y le pego cuatro tiros más en el pecho. Pero da igual, el tío ni se inmuta. Esta vez le apunto a la polla y se la reviento con un par de tiros. Ahora sí. Ya no se mueve pero ahí sentado me estorba. Le cojo de uno de los pies y le arrastro por el pasillo, alejándolo un par de metros. Después me giro hacia las chicas, se están desnudando la una a la otra en una frenética pasión pasada por sangre y vómito. Ya no hay vuelta atrás, la he liado a lo grande. O todo esto es un sueño o me queda poco tiempo de vida, así que hacia delante, hasta el fin con lo que sea que esté ocurriendo. Me desnudo y les pongo la polla en la cara. Las dos paran de besarse y me miran con desagradable sorpresa. No me inmuto, me quedo ahí parado, agarrándome hasta que entiendan que nos apetece a los tres. ¡Y claro que nos apetece! Dos segundos después la rubia está probando mi polla mientras la hermana de mi exnovia le chupa las tetas. ¡Qué pelo corto tan bonito tiene! Se lo acaricio y un impulso crece en mi pecho hasta sofocarme. ¡Tengo que metérsela cuanto antes! Aparto a la rubia y levanto a la otra, la pongo de espaldas y con la polla busco entre sus nalgas un agujero húmedo en el que entrar. Sé que está ahí esperándome pero por más que lo intento… En ese momento el tren llega a una estación llena de gente esperando para subirse. ¡Joder! ¿Y ahora qué? Las puertas se abren y la sangre sale a chorros por ella. Hay gritos de pánico y carreras. ¡Mierda y más mierda! ¿Qué cojones hago yo ahora? Ya no me apetece estar aquí, no quiero enfrentarme a las consecuencias de lo que he hecho. Estoy de pie delante de decenas de personas en estado de pánico, desnudo, empalmado, cubierto de sangre coagulada y con un revolver entre mis ropas. No me queda otra que tomar de nuevo el arma y volarme la cabeza. Me meto el cañón en la boca y aprieto el gatillo sin pensármelo más, se escucha un chasquido, no hay detonación, ya no quedan balas.

Abro los ojos y veo en las alturas el lavabo de mi casa. Estoy tendido en el suelo de mi cuarto de baño utilizando la taza del váter como almohada una vez más. Me invade una sensación de alivio y confort y no sé a qué se debe. Algo que me estaba oprimiendo, casi asfixiando, se acaba de marchar y no recuerdo qué es lo que era, aunque qué más da lo que fuese, ahora estoy de puta madre. Bueno, la verdad es que tengo la mano dentro del váter sumergida en un líquido negro y viscoso en el que flotan trozos casi enteros de macarrones. Estoy seguro de que tiene relación con lo que he comido y bebido en las últimas horas. El líquido creo que es kalimocho y whisky y los macarrones hablan por sí solos. Sin cambiar de postura, saco la mano del agujero del váter y busco a tientas la cadena de la cisterna. Un agua fresca y cristalina arrastra hacia el mar parte de mis miserias. Con ese agua purificadora que corre velozmente me lavo la mano manchada de bilis y, seguidamente, la cara impregnada de vómito seco. Puede que mi váter sea un agujero inmundo pero en este momento es mi salvavidas. Vuelvo a tirar de la cadena y repito el proceso de lavado. Tengo el rostro empapado y fresco, noto como voy recobrando fuerzas para levantarme. Con una mano en el canto de la bañera y otra en la taza del retrete consigo ponerme en pie. Tomo aire y desde ahí hago un salto al vacío, suelto a la vez las manos de los apoyos en los que estaban y paso a colocarlas directamente al lavabo. No me he caído, estoy mejor de lo que pensaba. Abro el grifo y me lavo la cara de nuevo. No noto diferencia respecto al agua del váter. Levanto la cabeza y me miro al espejo, directamente a los ojos. Y lo vuelvo a ver, ahí está, ha regresado, o mejor dicho, nunca se fue. Lo veo claramente, no se está escondiendo, se muestra tal y como es, y me asusta que esté dentro de mí. Creo que siempre he sabido que está ahí dentro, lo que ocurre es que en este momento tengo las agallas suficientes como para mirarle directamente a los ojos o, mejor dicho, tengo las agallas suficientes como para dejar que él me observe sin excusas, sin intermediarios, para que me diga lo que tiene que decirme, ahora no puede dañarme, no le tengo miedo así que puedo enfrentarme a él. Y él no me rehúye, me mira fijamente, entrando a través de las pupilas. Yo tampoco le rehúyo y le invito a pasar. ¡Oh, se está riendo! ¡Riendo de mí! Pues que se ría, yo me reiré con él. No voy a dejar de mirar esos ojos profundos, infinitos, en los que penetro como en un pozo sin fondo. Sé que voy hacia la nada pero creo que puedo hacerlo, creo que no podrá conmigo.

– ¿Quieres ver lo que eres? ¿Lo que realmente eres? ¿Estás seguro, Miguel?- Me pregunta con un tono de voz que no sé distinguir si es irónico o condescendiente.

– Claro que quiero.- Sé que tengo que ser firme, que no pedo vacilar pero lo estoy haciendo. Nota mi debilidad:

– ¡Ah, pues no saldrás de esta entonces! ¡Asómate a la Nada!

Su rostro se vuelve cruel, brutal, inhumano, despojado de toda piedad. Es un monstruo que me muestra lo ridículos y débiles que son los pilares en que se sustenta mi existencia; las realidades terribles y demonios que forman mi ser. Me quedo suspendido en el vacío sin nada a lo que agarrarme y me tambaleo y caigo de rodillas. ¡Oh, claro que caigo! Y lloro sin consuelo y me agarro de nuevo al váter desesperado vomitando odio y desprecio por lo que soy. Lloro porque ya no podré olvidar su rostro que es mi rostro y su verdad que es la mía.

By Poseidón López

Revisión del Coloquio de los Perros

20 May

Capitulo Primero: El renacimiento

El sabueso mira con esmerado interés hacia los contenedores de basura cercanos a la plaza. No tenía nada de extraño que estuviera allí, pues había muchos agentes suyos merodeando por la zona.

Se halla sentado en unos escalones de la Plaza del Dos de Mayo, en el antiguo barrio de las maravillas, hoy dia Malasaña, cerca del centro de Madrid.

Observa todo lo que ocurre a su alrededor. Mantiene una postura de calma aparente, dispuesto para moverse rápido a la menor señal de alarma. Su nariz, fina y respingona, dota al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución.

Unos chicos juegan a la pelota, un ejército de orientales vende latas de cervezas a euro, desarrapados «perro flautas» tocan la guitarra y hacen malabares mientras los municipales se disponen a iniciar una de sus rondas. Nada nuevo a estas horas de la noche.

Como todavía quedan unos minutos, pasea su mirada hacia los dos héroes de la guerra de independencia española frente a los franceses, Daoíz y Velarde.

Piensa para si: -Muy valientes si, pero muy confundidos. Nosotros estuvimos en esa guerra y en todas las demás y conocíamos lo que ellos no, lástima que nuestro papel no es intervenir, al menos no de esa forma.

Sus pensamientos le conducen a rememorar tiempos pasados, tiempos mejores, en los que aún creía que era posible salvarse y salvarles. Hoy duda de todo, aunque en el fondo de su corazón mantiene todavía una esperanza, una idea peregrina de salvación.

Se acerca la hora. Ladra una orden y todos sus agentes encubiertos se posicionan cerca del objetivo. Algo no va bien. De repente, las personas que hay a su alrededor empiezan a bostezar y a acurrucarse donde pueden. En cuestión de un minuto, ¡todos los humanos de la plaza y de los alrededores están durmiendo!.

Piensa Sherlock, piensa. Murmura mientras cierra los ojos y adquiere una pose reflexiva.

No les interesa que nos vean y por eso les han dormido. Saben que aparecerá aquí y no les importa montar un lío. Tal vez conozcan incluso el plan. Hice bien en no fiarme y no hacer las cosas “a su manera”. Menos mal que tengo un plan B… Activando “Plan vagabundo”.

Empieza el baile. En la noche de luna llena se ven las sombras proyectadas que descienden con felino sigilo hacia la zona cero.

Vamos a tener pelea sin público, al menos cercano, y en plena noche, práctica de la que disfrutan enormemente mis mortales enemigos. Piensa Sherlock.

De uno de los contenedores sale un destello azulado y es el detonante de toda una secuencia de sucesos aparentemente inexplicables. Desde árboles, muros y tejados saltan de forma acrobática gatos negros enfurecidos directos al destello. Se mueven al unísono, perfectamente coordinados como un “todo” aniquilador. El ataque resulta incluso estéticamente bello.

Pero no son los únicos que quieren jugar. Los agentes infiltrados, los perros de los «perro flautas» se agrupan en torno al contenedor y se preparan para resistir el ataque.

La pelea empieza y los gatos avanzan en bloque. Su estilo se asemeja al samurai, combinado con el orden y la frialdad que aprendieron de los bolcheviques.

Los perros se defienden “como gatos panza arriba”, con la fiereza de los tracios y la pasión de la soldadesca española. Dos estilos claramente diferenciados; elegancia frente a la fuerza, frialdad contra pasión, finura con la garra o rabia desatada en la mordedura.

Mientras se produce la reyerta, Sherlock tiene cosas más importantes que hacer. Se acerca al contenedor y salta con agilidad a su interior. Tras un par de minutos, de este sale un extraño objeto. ¡Es un globo de helio con una cesta atada!.

Los luchadores dejan por un momento la encarnizada lucha para ver como el extraño artefacto se aleja por los aires. Lo han visto, los gatos han visto que en el globo va su objetivo y salen a toda prisa en su persecución. Los agentes son ahora los que les persiguen por las calles de una Madrid cuyos habitantes no saben que hoy ha renacido su iluminadora, quien sabe si su salvadora…