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Cita

Cuentos para pensar

9 Ene

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Elihau de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Elihau transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
— ¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.
— Contigo –contestó Elihau sin dejar su tarea.
— ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
— Siembro –contestó el viejo.
— ¿Qué siembras aquí, Elihau?
— Dátiles –respondió Elihau mientras señalaba a su alrededor el palmar.
— ¡Dátiles! –repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez comprensivamente
— El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor. Seguir leyendo

El país de las cucharas

14 Dic

Aquel hombre había viajado mucho. Uno de los viajes que más recordaba era su visita al «País de las cucharas largas». Había llegado de casualidad, tras escoger un camino sinuoso se encontró con que éste terminaba en una gran casa aislada. Al acercarse, notó que la mansión parecía estar dividida en dos pabellones: un ala oeste y un ala este. Aparcó su automóvil y se acercó a la casa. En la puerta un cartel anunciaba:

ESTE PEQUEÑO PAÍS CONSTA DE DOS HABITACIONES LLAMADAS NEGRA Y BLANCA. PARA RECORRERLO DEBE AVANZAR POR EL PASILLO HASTA DONDE SE DIVIDE Y GIRAR A LA DERECHA SI QUIERE VISITAR LA HABITACIÓN NEGRA O A LA IZQUIERDA SI LO QUE QUIERE ES CONOCER LA HABITACIÓN BLANCA.

El hombre avanzó por el pasillo y el azar le hizo girar primero a la derecha. Nada mas dar los primeros pasos, empezó a escuchar los primeros ayes y quejidos que provenían de la habitación negra. Llego a la puerta, la abrió y entró. Sentados entorno a una gran mesa había cientos de personas. En el centro de la mesa se veían los manjares mas exquisitos que cualquiera pudiera imaginar y aunque todos tenían una cuchara con la que alcanzaban el plato central, ¡¡se estaban muriendo de hambre!! El motivo era que las cucharas eran el doble de largas que sus brazos y estaban fijadas a sus manos. De este modo, todos podían servirse, pero nadie podía llevarse el alimento a su boca. La situación era tan desesperada y los gritos tan desgarradores, que el hombre dio media vuelta y se marchó de allí precipitadamente. Volvió a la sala central y tomo el pasillo a la izquierda que conducía a la habitación blanca. La única diferencia era que no se oían gemidos ni quejidos por el camino. Abrió la puerta y entró. Cientos de personas se encontraban también sentadas entorno a una gran mesa. También en el centro se veían manjares exquisitos y todas las personas tenían fijadas a sus manos cucharas el doble de largas que sus brazos. Pero allí nadie se quejaba ni lamentaba. nadie se moría de hambre porque, ¡todos se daban de comer los unos a los otros! El hombre sonrió, se dio la vuelta y salió de la habitación blanca.

— Recuentos para Damián, Jorge Bucay