Anoche, cuando amaba tu cuerpo pequeño de maíz prieto, y poseía tu imagen morena por enésima vez; lloré. Sin que vos pudieses verme, rompí en lágrimas mis ojos. Protegido por la penumbra, y sin poder hacer nada por evitarlo; lloré. El cielo lloraba conmigo, lágrimas a litros, dentro y fuera. Tormenta, frío, meses enteros sin ver el sol. Atrincherados contra el mundo, bajo la oscuridad de nuestro cine de las sábanas blancas, una incontinencia de fluidos apunto de estallar, esperaba en los límites de mi cuerpo en la entrada de tu casa. No se por qué, pero así fue y así quedó fuertemente grabado en mi memoria de Teflón. Lloré de placer, de dolor, de emoción, y de agradecimiento. Lloré tiritando de miedo; nunca había estado tan vivo, y sin embargo nunca había mirado tan de cerca a la muerte. Desde entonces soy un Lázaro resucitado en busca de mi muerte injustamente arrebatada. Quiero amar a la Flaca muriéndome en vos, dejando que me arrebates hasta mi último suspiro.
— La Petite Mort, Demian Abraxas Matute González